Lily es directora de un conocido instituto de enseñanza de idiomas de fama internacional. Es vieja. Viste blazer azul con botones dorados a punto de explotar debido a la adiposidad que descansa en su abdomen. Usa anteojos de marco dorado. Sus dientes son de color marrón y están muy separados unos de otros. Huele a lustros de soltería sofocados por perfume caro pero rancio. Usa alhajas de oro, pollera de vestir y tacos bajos. Blusa y foulard tipo Hérmes. Peinado carré. Labial rojo.
Pocas veces verá uno su sonrisa de ultratumba. Jamás saldrá de su boca palabra de aliento. Su vida, presumo, es amarga como el jugo de naranja cuando te acabás de cepillar los dientes.
Ahora son las seis de la tarde. Llego al instituto y chequeo mi horario. Mi alumno se llama Cerrito*. Me acerco al fichero. Lily tipea con dos dedos y no responde a mi saludo.
Las carpetas verdes, rosas, marrones, amarillas están desordenadas. Todas las "C" están juntas pero eso es todo. Ningún criterio -alfabético ni de color- las clasifica. Busco. Busco y no encuentro.
Lily se da vuelta y de su boca sale podredumbre:
- Cerrito está en la C. ¿Sabés cuál es la C, no? Viene después de la B
- ...
- Y después de la C sabés cuál viene? Vienen la D, la E, la F, la G...
(Encuentro la carpeta.)
- Después de la G... vienen la H, la I, la J, K, L, M, te ubicás?
- Ya la encontré, muchas gracias -, digo y pienso para mis adentros "qué vieja conchuda".
*los nombres han sido cambiados para preservar la identidad de los involucrados.
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